El portal Jesuita jesuitas.lat, compartió el testimonio de Jeannette Curinao Alcavil, de Tirúa – Chile, que forma parte de la RSAI
El año 2023, tuve la oportunidad de participar en el Encuentro de mujeres indígenas: “Camino y vida de las mujeres de los Pueblos Originarios de América Latina”, que se desarrolló en Andahuaylillas, Perú. De ahí, salí con el compromiso de generar, junto con mis compañeras de Tirúa, Chile; un encuentro de mujeres mapuche que replicara lo aprendido el año pasado. Fue así que en intercambio de ideas con distintas compañeras llegamos a conversar con las hermanas de Argentina quienes tenían la misma intención de generar un espacio de reflexión y diálogo con las mujeres mapuche del pueblo ranquel de Puelmapu en Argentina. Así surgió la idea de “hacer algo juntas” uniendo nuestras experiencias y deseos. Aún no teníamos ni los recursos económicos, pero nos dispusimos para preparar un encuentro de mujeres mapuche de Wallmapu: “Voces de mujeres que construyen esperanza”, en Junín de los Andes, Argentina. La tecnología nos ayudó a mantener comunicación.
En lo personal, mis expectativas giraban en invitar a las hermanas de Puelmapu a tener un espacio amoroso y cercano donde pudiéramos conversar, compartir, recordar, y convocar a nuestras ancestras. Este encuentro sería un fin de semana y había que aprovecharlo bien y al máximo para escuchar el mensaje de nuestras sabias y de las mujeres que nos antecedieron y que nos sostienen al día de hoy.
El encuentro se llevó a cabo del 30 de agosto al 1 de octubre 2024 en Argentina, en Junín de Los Andes. La importancia de este radicó en fortalecer los lazos del pueblo mapuche de Chile y Argentina, sin fronteras, así como era antes de la colonización, donde las mujeres en especial, tenían el rol de crear fraternidades con otras comunidades.
Entre diálogos y reflexiones, concientizamos sobre la historia de despojo en la “Campaña del desierto” en Argentina y la “Pacificación de la Araucanía en Chile”, como el inicio de la pérdida de nuestra identidad. Esto nos permitió darnos cuenta de lo duro que fue el exterminio de personas y con ellas nuestras costumbres, el idioma, las formas de ser comunidad y la vivencia de nuestra espiritualidad; y también de cómo Dios nos permite que, en esta misma historia de dolor y muerte, aún se mantengan vivos elementos de resistencia y que sentimos urgente de recuperar y fortalecer. Nosotras somos las descendientes de las que sobrevivieron.
Dios actúa desde el silencio, desde lo profundo y lo sencillo. Quizás a eso se refieren los documentos conciliares cuando afirman que en los pueblos está presente la semilla del Verbo.
Algo que es muy evidente entre las mujeres de ambos lados de la cordillera de los Andes, es que, siendo mapuche, no nos vestimos igual.
Esto nos hace dar cuenta de que el genocidio en Argentina fue mucho más cruel aún que en Chile. Por lo que el solo hecho de poder hablar sobre nuestra vestimenta, entre otras cosas más por supuesto, estuvo cargado de un significado espiritual profundo. Esto es un paso hacia adelante, porque nuestras hermanas argentinas, manifestaron su deseo de querer llegar a recuperar el “Tukuluwün”, el atuendo femenino que al día de hoy no se atreven a usar. En ese sentido, las chilenas estamos sacándonos la vergüenza para usarlo.
Sabemos que usar nuestro atuendo es una exposición a ser discriminadas, pero también sentimos el orgullo, cuando en la calle nos encontramos con otras lamngem (hermanas) que están en el mismo proceso de rescate y recuperación de nuestras costumbres, aunque no transitemos por las mismas veredas. Entendimos que nos necesitamos las unas a las otras para reconocernos y animarnos; para decirnos “Ñaña” (un término que significa “amiga”, pero con un fuerte impacto de ternura), abrazarnos, reírnos juntas.
Este encuentro, al ser de solo mujeres, nos permitió sentirnos en un espacio seguro, donde no había cabida al miedo de expresar nuestras emociones (risas, lágrimas, cantos, abrazos), sin sentirnos cuestionadas o censuradas o buscar aprobación por las opiniones masculinas a las que estamos acostumbradas.
Después de esta experiencia, una vez más, se hace patente la necesidad de continuar con este compartir entre nosotras y con otras mujeres del territorio. De iniciar un camino desde nuestra identidad como mujeres lavkenche (gente del mar) aprendiendo el idioma, rescatando las formas de crianza comunitaria, de crear y recrear las distintas formas de expresiones a los que le llaman “artesanía”.
Para la Iglesia católica, en la medida que nos siga acompañando en el territorio, también es la oportunidad de poder reparar el enorme daño que hizo a todos los pueblos originarios al no comprender el verdadero mensaje de Jesús (“Vayan y hagan discípulos de todas las naciones”, no “sométanlos”) esto parte de su Redención.