Palomba Albarracin
Abogada y MBA de profesión, escritora y docente de oficio.
Corresponsal Ciudadano
Publicada en el diario elrancahuaso.cl
Huinca tregua, Huinca pillo, esas fueron las primeras palabras que conscientemente canté en mapudungun, pero en ese momento no significaban nada para mí, eran sencillamente una canción que la profesora de música nos enseñó. Así crecí, siendo huinca, siendo de esa parte de la población a quienes el pueblo mapuche llama pillo.
Fueron años de educación social y cultural donde se propagó la idea de que ser chilena/no era algo bueno, sano, libre, correcto. Ser mapuche, tener apellidos tradicionales como Millaquen, Loncon o Llanquiman, era algo que se debía evitar, ocultar o negar. Con distancia miraba a quienes eran mapuches o champurrias, con absoluta ignorancia repetía las cientos de palabras que vienen de los pueblos originarios. No era consciente de mi propio origen, pero por mis venas, en mi herencia, en mi tierra, por mi cultura, en mi lenguaje, no cabe más que mestizaje.
Al crecer lo entendí. Pude conocer la historia de su vida, la lucha de ese incansable pueblo, que no añora las riquezas del huinca, sino que honra la fuerza de la vida por medio de la tierra, ese pueblo-nación que no sabe de otra cosa que crear y dar vida a mujeres y hombres con otros anhelos que no coinciden con los de un español que solo buscó despojar.
Al pasar de los años su voz me fue envolviendo y esas palabras que solo eran palabras se llenaron de significado. Supe que yo soy huinca, que esta tierra nos es prestada, que los sabores asociados a mi infancia vienen de esa parte de la tierra. Mi plato favorito, el charquicán, viene del quechua. En Chile no decimos “bebé”, decimos “guagua”. Me di cuenta de que trenzarme el pelo y colocarle cintas de colores es parte de la indumentaria mapuche. Con el paso de los años supe que los piñones no se comen en todo el mundo y que la tradición de hacer masas al rescoldo no fue inventada por mi abuela.
Me convertí en una mujer adulta que sigue cantando como mantra: huinca tregua, huinca pillo. Pero ahora las digo con rabia y pasión, al ver cómo se masacraba a quienes nos han prestado esta hermosa tierra. La realidad es que somos afuerinas/nos, somos quienes llegamos a un territorio habitado. No somos más que una herencia de mestizajes, que no podemos llamarnos chilenas/nos sin entender que somos la mezcla entre un huinca invasor y una mapuche invadida.
En este nuevo año que comienza, le doy gracias a este pueblo, a esta tierra que nos reúne, que nos maravilla con su poder, nobleza y amor, porque sé que no soy mapuche, pero sí soy una huinca que pide tregua.
Este texto fue escrito sin la asistencia de la IA