No existen las sobras en la naturaleza: todo tiene su propósito”
Así define su oficio una lawentuchefe Bernardita Igor Marileo, continuando una tradición heredada de su madre y abuela. Desde su ruca-invernadero, donde cultiva plantas madres sin extraerlas ni comercializarlas, resguarda un conocimiento que combina cuidado espiritual y sabiduría práctica.
“Yo trabajo con el lawen, que significa remedio en mapuche. Mi abuela trabajaba en esto, después mi mamá, y ahora me toca a mí seguir con las plantas, con los remedios de la tierra”, dice Bernardita desde la localidad costera de Metri, al inicio de la carretera Austral en la Región de Los Lagos.
Entre las especies que nombra aparecen el aloe medicinal, usado con miel “para prevenir el cáncer”; el hinojo, aliado de las madres por sus propiedades carminativas; y el romero, “que sirve para todo, incluso cuando uno anda medio deprimido”.
También menciona la planta la ruda hembra y macho, que equilibran el cuerpo y alejan las malas energías; y el bailahuenn, cuya resina se usa para aliviar dolores al hígado y la neumonía.
“Gracias a Dios no se bota nada. No existe la basura. Las hojas que no sirven se recogen y se hacen aceites.”
En su voz se entrelazan la ciencia de la tierra y el respeto espiritual. “Hay secretos más que recetas —explica—; uno llega a los remedios por la conectividad que tiene con la planta.” Esa conexión —agrega— no se enseña, se siente.
Desde el romero hasta la valeriana, cada lawen representa un vínculo con la memoria del territorio: un conocimiento que sana no sólo el cuerpo, sino también la relación con la naturaleza.

